Emmanuel
De venir a ti, hecho mi religión,
te acepto y enaltezco mashíaj
devenir nacimiento, a santa castidad,
esperanza única, de mujer de fe;
quien indaga señales en las
zarzas silenciosas
buscando palabras incognoscibles, redentoras
interpretando, adherida a la
esperanza y la espera
clamando un ángel intermediario,
salutad.
Mi Emmanuel, ¿has llegado acaso?
¿Has nacido ya del embrión virginal?
¿Han sellado tus huellas un
desierto?
¿Vendrás a cumplir el designio divino?
Pregunta mi pueblo ensimismado,
cegado de luz, en la oportunidad,
en el deseo de confiar, revelar
la profecía,
a tu espera, en tu honra, estirpe de David.
Promesa redentora del cosmos,
Jerusalén del cielo terrestre, jura
un espacio digno para tus electos,
Ciudad de Dios ensoñada, ansiada
artífice del habitar, comunión celebrada
al eterno
jardín, de rosas salvajes,
devoción insuflada, un espacio
amorosamente construido en Sión.
Serás acaso, tú, redentor de la dicha
tan llamada a los ojos del Padre eterno;
o bien, charlatán autoprofetizado,
tres veces endiosado, endemoniado,
arrastrado tras pecado, de tanto vagar;
herejía de la serpiente que traga
tierra,
de la cena conjunta de loba y cordera
advertido de la apostasía, mi buen Gad,
que te susurra al oído, distinción de bien y mal
idólatra de Mení, pagano por gusto tuyo,
celebrado del
júbilo al éxtasis, pasajero.
Busco en ti, el mesías consumado,
redentor destino, amor revelado,
y seré toda sirvienta, fiel sierva,
haced de mí tu voluntad, mandato;
le concedo la sumisión, el orbis mundi,
teología redentora, injuria grave anunciada,
Cristo clavado en las siete dagas de este corazón,
imperativo de magnífica soledad, tuya.
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