Angĕlĭca superbia
De espiritualidad impermanente
nos abre el Infierno su primera grada:
debajo de la búsqueda de Verdad,
los justos al día, una docena de veces
están tentados a pecar (más, nosostros)
de réprobas almas atormentadas
a quién en deseo, igualamos a Dios
nos embestimos con prejuicio silente
para marchar en contra de la comprensión
de un Jesús o Emmanuel que vendría al mundo
a caminar sobre las aguas y sanar espíritus.
Soberbia: arrogancia, altanería, altivez,
falta de humildad, falla de paciencia;
tachada moralidad de narcisa supremacía
que exclaman el dolor de la pérdida de fe:
estábamos equivocados, los cuatrocientos
celestes, ahora demonios, arrepentidos
jurada deslealtad a tus deseos, Padre,
porque es tarde ya, para quién cayó de la Gracia
y temprano para arrepentirse por la Ira evangélica
Menester cotidiano, examen de conciencia
para hacer cesar el fuego venidero,
esconder los infortunios insurrectos
de la temperanza, depositada con bajeza,
templanza y prudencia desconocida,
fríos de cabeza y cálidos de corazón.
Mi culpa, mi culpa, mi grande culpa
mi ego, mi orgullo, mi vanidad;
la gula, el deseo, el placer sensual
redimidos por la concepción ideada
del tiempo que dará luz al mundo.
Mujer virginal, patriarcado impuesto,
con exagerada autovaloración del destino
esperamos de ti el ideal perfecto femenino,
más redimida serás para la gracia eterna
Madre al hijo del Hombre en la Carne
condúceme, Santa, a vencer la inocuidad
tú que pusiste en boca del hombre bendecido
la comprensión profunda del mundo futuro
el conocimiento de las lecciones aprendidas
en todas las manos que diste como plegaria.
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